Mi familia siempre me enseñó a valorar bien las cosas, a ser una persona ahorrativa y a no derrochar. Tanto mi mujer como yo somos personas muy trabajadoras y nunca hemos sido de darnos caprichos. Pero un buen día nos sentamos en el sillón a ver un programa de esos de casas que echan por la televisión y una pareja reformaba una bonita casa que tenían en la playa. Nos miramos y no hizo falta que dijéramos nada.

Con los niños ya mayores, a los papás les llegaba el turno de disfrutar un poco de la vida. Conocíamos muy bien el Mediterráneo después de muchos veranos allí, sobre todo en Denia. Solíamos ir a apartamentos alquilados pero teníamos algunos amigos que habían comprado casa allí y pedimos consejo.

Teníamos bastante dinero ahorrado, pero aun así pedimos asesoría a nuestro abogado y nos dijo que eligiendo bien podía ser una inversión. A nuestros hijos también les pareció bien y nos lanzamos. Ahorrar está bien, pero la vida es corta y llega un momento en que hay que apostar por algo más que mirar como crece la cuenta corriente.

Compramos una casa algo antigua, así que necesitaba reforma. Mi mujer, además, es muy aficionada a la decoración así que llevó personalmente todos los detalles. Ella eligió los azulejos, el papel de las paredes, el estor dia y noche para las habitaciones. Y la reforma se hizo rápida y sin incidencias, algo que no suele pasar en los programas de televisión, en los que siempre acaban encontrando termitas, amianto o algo así para darle algo de drama a la cosa.

Y llegó junio. Dejamos a los hijos con los abuelos y nos fuimos a Denia para ver si todo estaba correcto en nuestra casa de la playa reformada. La sensación de abrir la puerta, el silencio de la casa, el olor a playa… Abrimos el estor dia y noche del salón y pudimos ver el mar, allí, a unos metros de nuestra ventana. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida: dinero bien gastado, que para eso estuvimos 20 años ahorrando, ¿no?