Cuando yo era pequeño siempre miraba a mi padre con admiración cuando se ponía a arreglar cualquier cosa en casa. Era increíble y aun hoy me resulta algo inalcanzable para mí: esa habilidad innata para solventar cualquier pequeña avería o hacer cualquier pequeña obra en casa. ¿Cómo se puede saber un poco de electricidad, un poco de albañilería, otro poco de fontanería, etc.? Acumulando experiencia, ¿no?
Y es que claro, desde pequeño, mi padre siempre tuvo mil y una actividades. Los tiempos han cambiado mucho. Mientras yo me dedicaba siendo niño a estudiar y jugar a la consola, él fabricaba coches con tapas, cuerdas elasticas, piedras y cartones. Su habilidad con las manos, al parecer, ya era legendaria en su pueblo y otros niños acudían a él para que les perfeccionara los juguetes.
Después empezó a trabajar e hizo un poco de todo en sus primeros años. Así es que cuando se casó y tuvo hijos, en su casa nunca se necesitó a un manitas: él era el manitas. A no ser que la avería o la obra fuesen considerables, mi padre se encargaba de todo, y casi siempre lo hacía bien.
Ahora que yo soy padre, temo que mi hijo, cuando crezca, no sienta esa admiración cuando me veo con el destornillador en la mano. Creo más bien que va a decir: “papá, lo estás haciendo mal, déjame a mí, que en el cole me han dicho cómo se hace”. A lo mejor la habilidad manual me ha saltado y pasa directamente a mi hijo, ¿no?
De cualquier forma, a pesar de que mí no me va mucho lo de la ‘bricomanía’, me he visto en la obligación de aprender lo básico. Cuando llegas a una casa nueva sin muebles y te toca a ti montarlo todo, o aprendes a usar el destornillador y el martillo o te sientas en el suelo a comer. Las modernas tiendas de muebles, ya se sabe, ‘obligan’ a montar tus propios muebles si quieres aprovecharte de que sus precios son un poco más bajos. Así que yo también me estoy haciendo un pequeño manitas, aunque me temo que todavía no soy capaz de fabricar coches de juguete con cuerdas elasticas, un par de cartones y unos tapones.