La joyería fue uno de los sectores menos golpeados durante la crisis sanitaria del Covid-19 y la posterior recesión económica. A diferencia de los productos tecnológicos y otras inversiones, la pedrería y los metales preciosos empleados en joyas mantienen su valor con el paso del tiempo. Productos como el oro pueden incluso acrecentarlo, pues este metal obtuvo una tasa de retorno anual cercana al 0,50% entre 1978 y 2008.

 

Esta particularidad explica por qué el sector joyero mantiene unas ventas constantes en mercados como el español. El éxito de los collares y pulseras entre los clientes de Joyas Roberto Demeglio Vigo es un claro ejemplo. Estos accesorios apuntan a un público muy variado, ya que hombres y mujeres, jóvenes y adultos las utilizan. Esta diversidad se entiende mejor considerando la factura de estas joyas, elaboradas en materiales tan lujosos como la plata y tan asequibles como el yute o la madera. En el caso particular de las pulseras, estas han adquirido un valor simbólico, siendo un regalo habitual en señal de amistad.

 

La demanda de anillos también es considerable, por su inseparable simbología de amor eterno representado por un círculo en múltiples culturas. En la fabricación de estas joyas se emplean las piedras preciosas y los metales nobles, dos componentes que ‘sostendrían’ por sí mismos el valor del producto.

 

Contrariamente a otras joyas, los anillos poseen un factor emocional muy intenso. Se adquieren con motivo de celebraciones especiales en la vida de una persona: bodas, aniversarios, etcétera, y pueden permanecer junto a su propietario durante décadas. Además, estas joyas pueden utilizarse también en los dedos del pie, como es habitual entre las consumidoras femeninas.

 

Por su parte, los pendientes permiten decorar la oreja con multitud de propuestas de diseño: piercings, de aro, tipo anzuelo, con perlas, trepadores, de diamantes, etcétera. Se utilizan por razones decorativas o como distintivo social.