En nuestro último viaje decidimos apostar por algo menos ambicioso. Generalmente, en nuestros viajes estamos siempre de aquí para allá intentando verlo todo. Y a veces sucede lo contrario: no nos enteramos de nada. Pero en esta ocasión, y dada la situación, decidimos explotar a fondo un solo lugar, no movernos demasiado que tampoco es lo más aconsejable en los tiempos que corren. En un principio temimos que si planteábamos así el viaje nos podríamos aburrir, pero no fue así en absoluto. Al contrario, nos sirvió para conocer a fondo el destino.
Por ejemplo, nunca solemos incluir en nuestros viajes la visita a un museo etnográfico, nos suena un poco aburrido, como si se tratara de una acumulación de objetos sin mayor interés. Pero este tipo de lugares son muy interesantes si se quiere conocer la historia de un lugar. En este museo descubrimos cómo era la vida en aquellos pueblos de montaña en el pasado, cómo trabajaban y cómo pasaban el tiempo.
Una de las principales aficiones de los vecinos era elaborar objetos con cordones, borlas y galones, hasta el punto de que se creó una fabrica de pasamaneria en la zona. Y cuando prestas atención al mimo con el que hacían esta clase de trabajos te das cuenta de que cómo ha cambiado el mundo. Para hacer un objeto de pasamanería de este tipo se requiere, ante todo, mucha paciencia, algo que cada vez escasea más en nuestros tiempos.
Me recuerda a cuando mi madre se ponía a tejer jerséis para nosotros. Ahora iríamos a la tienda y comprarías tres jerséis, los pondríamos unos meses y a comprar otros. Pero en estos tiempos las cosas se hacían de otra manera, porque no había posibilidad de usar y tirar como ahora. Por eso, se tomaban tanto tiempo en la fábrica de pasamanería, trenzando cordones y forrando objetos metálicos. Y aunque era un trabajo ya que muchos de estos productos se vendían, los artistas de la pasamanería se lo tomaban como una afición, como una manera de expresarse y también como un reto, como una forma de mejorar cada día.