La deshidratación, la fotoalergia y el envejecimiento prematuro son las amenazas más comunes de las pieles sensibles. Especialmente en el cutis, esta condición implica una respuesta desproporcionada de la piel a los estímulos externos: temperatura, exposición solar, etcétera. De su estudio, diagnóstico y tratamiento se ocupa el Dermatólogo especialista en cara.
Síntomas como el enrojecimiento, la picazón o la sequedad del cutis revelan que la persona podría tener piel sensible. En concreto, uno de los problemas inseparables de esta condición es la hipersensibilidad. La acción del viento, el sol, el frío o la polución atmosférica desencadenan en este tipo de pieles una reacción excesiva en forma de eritemas y pústulas, que pueden ser contrarrestados con medicamentos de uso tópico.
El déficit de hidratación afecta a cualquier tipo de piel. Sus consecuencias, como la pérdida de elasticidad o el marcado de las líneas de expresión, entran en acción sin importar que la persona tenga un cutis susceptible. Pero las pieles sensibles son más vulnerables a la sequedad. Además de cuidar la alimentación, esta debilidad de las pieles sensibles puede tratarse con ayuda de cremas hidratantes.
Las alergias solares engloba un conjunto de síntomas relacionados con los efectos de la radiación solar en la piel. La fotoalergia, como se la denomina formalmente, se manifiesta a través de picores, erupciones y ampollas. En época de intenso calor, estas reacciones se agudizan; cuando se llega tarde a su prevención, el tratamiento consiste generalmente en el uso de lociones hidratantes, en compresas húmedas y en cremas basadas en corticoides.
El envejecimiento prematuro figura entre las complicaciones de la piel facial sensible. A raíz de la fotosensibilidad y otros factores, la epidermis pierde su capacidad para mantener la producción de lípidos y ocasiona una sequedad y aspereza indeseadas. Para restablecer su apariencia joven y fresca, los expertos en dermatología suelen prescribir tratamientos con ácido hialurónico.