Nunca había sentido mucha atracción por el marisco. Aunque me lo habían ofrecido algunas veces, me daba un poco de reparo: siempre he sido de comer mucho con los ojos. Pero todo cambió cuando empecé a ir a comer a casa de mis futuros suegros. Ellos son unos fanáticos del marisco. Viven en un pueblo marinero y lo tienen a un paso de casa, como se suele decir. Y cada vez que yo iba a comer o cenar… marisco.
Yo ponía caras raras, trataba de negarme, pero no es lo mismo comer en casa con tu familia que ir a casa de los suegros. No existe la misma confianza y uno teme quedar mal si se niega a comer determinado plato. Además, para ellos, nadie en su sano juicio podría negarse a comer marisco, la mayor delicatessen que existe…
El padre de mi novia era especialista en la compra y preparación de marisco. Buscaba un Proveedor de buey de mar congelado y lo ponía en la mesa listo para servir. Y así con el gambón, el centollo, los langostinos y demás. Y yo sin saber muy bien qué hacer con aquellos instrumentos que nunca había usado. Lógicamente, mis suegros no eran tontos y pronto se dieron cuenta de que yo no era muy ‘especialista’ en marisco y me ayudaron. Me ayudaron a seleccionar la carne y a usar los cubiertos especiales para el marisco… pero no me permitieron no comerlo.
Y así fue como acabé apreciando el marisco. Su sabor es delicioso, y aunque es un poco difícil de comer (no me gusta nada mancharme para comer) el esfuerzo merece la pena. Al final, terminé acompañando a mi suegro en alguno de sus compras de marisco. Quiso que fuera con él a buscar un Proveedor de buey de mar congelado, pero también le acompañé a la rula donde me enseñó todo lo que sabía. Me acabó adoptando como su aprendiz confiando en que yo mantuviera después la tradición familiar pasándoselo a sus nietos… Ahora que los nietos han llegado, puede estar tranquilo: sabrán apreciar el buen marisco desde bien pequeños.