Aunque los términos ‘sortija’ y ‘anillo’ se empleen usualmente como sinónimos y sea este un uso legítimo, describen joyas con grandes diferencias en cuanto a diseño, simbolismo y etimología.
De primeras, podría considerarse que ‘anillo’ es una voz más común. Sin embargo, la tradición orfebre de determinados municipios y provincias invierten esta situación. Así, las sortijas para mujer en Vigo o en Córdoba son más utilizadas en la conversación ordinaria que en otras regiones.
La sortija se define como un «anillo, especialmente el que se lleva por adorno en los dedos de la mano», de acuerdo con el DRAE. Aunque su diseño reproduce una forma circular, es más simple que el anillo, pues se compone de un aro con escasos o ningún adorno de pedrería.
En contraposición, la carga simbólica de la sortija es mayor que la del anillo. La joya ha estado ligada a las ideas de la fortuna y el destino desde tiempos remotos. Los egipcios antiguos, por ejemplo, recurrían a este objeto para alejar a la mala suerte y los problemas. Por su parte, los romanos daban a las sortijas una utilidad social: indicaba que su portador era una persona libre (los servus o esclavos eran muy abundantes en el Imperio Romano).
Respecto al anillo, la palabra está recogida en el diccionario de la RAE como un «aro de metal u otra materia, liso o con labores, y con perlas o piedras preciosas o sin ellas, que se lleva, principalmente por adorno, en los dedos de la mano».
A la vista de esta definición, queda claro que su diseño tiende a ser más elaborado que el de la sortija. Simbólicamente, no es una joya tan mundana como pueda parecer. En los matrimonios cristianos, su presencia recuerda a los contrayentes la necesidad de mantenerse unidos frente a la adversidad. Además, los anillos están muy presentes en todas las mitologías, el Andvarinaut de los países nórdicos o el tema central de la ópera El anillo del nibelungo, del alemán Richard Wagner.